Los 4 Palos

Un blog de abulenses sobre Ávila


No a las metáforas

Voy al grano: odio las metáforas. Ya está, ya lo he dicho. Tus dientes son perlas, tu cabellera hecha noche, los profundos océanos de tus ojos y todas esas putas mierdas. No las soporto, se me atragantan. La metáfora es a las demás figuras literarias lo que un trozo de turrón de Ferrero Rocher untado de Nocilla es a los postres navideños, una relamida explosión de azúcar y colesterol, un exceso febril, una alucinación oligofrénica de Willy Wonka. ¡Stop metáforas! Por favor, si detectan alguna oculta en el resto del texto, háganmelo saber para que las pueda cortar el cuello como una segadora corta el césped.

Mi odio por las figuras literarias no es universal, no soy un colgao ni un purista de la escritura realista y desnuda. La mayoría no despiertan en mi ningún sentimiento. ¿El hipérbaton? Ni fu, ni fa. ¿El oxímoron? Me deja frío. Y hay algunas, como la aliteración, que me gustan. Los tres tristes tigres, el ala aleve del leve abanico… ¡Cómo no me iba a gustar! ¡Hay letras que suenan tan bien! Me gusta el sonido de la equis y también el de la che, antes letra y ahora dígrafo, una degradación de la que seguramente sean responsables la dictadura woke o los vascos, que prefieren poner tx en lugar de ch como en calimocho/kalimotxo. Me encantaría llenar folios y folios de aliteraciones llenas de equis y chés. El chaval, un chulapo cabeza de chorlito, con sus zapatos de charol, chapoteaba en los charcos dejados por el chaparrón. Los chubascos se habían alejado, ya apenas chispeaba, pero el pelo le seguía chorreando sobre su capa llena de chapas. A su lado un muchacho chileno, un chismoso metido en mil chanchullos, comía churros chinos llenos de chinches mientras chateaba con su amigo checo. A lo lejos, la cháchara de la chusma que seguía a la charanga se elevaba junto al humo de las chimeneas donde ardían los restos de mil chismes y del último plato preparado por el chef chiflado en su choza: churrasco de chotacabras con champiñones. ¿Ven que chulo? ¡Chu-chu-chulísimo! ¡Amo las ches!

A pesar de mi odio a las metáforas, el tropo que más me incomoda, a pesar de su sonoro nombre, es la sinécdoque. Quizá sea porque es un recurso del que se abusa —abusamos— en exceso y lo que abunda, ya saben, cansa. Los medios de comunicación, por ejemplo, están llenos de sinécdoques. Es imposible vagabundear por los titulares de la prensa, escrita o no, sin pisar una. Abra un periódico, el que quiera, y ya verá que están por todas partes. Coja uno local, por ejemplo. Ávila hace esto, Ávila prepara lo otro, Castilla y León pide aquello, Castilla y león asegura lo de más allá; como si Ávila o Castilla y León fueran personitas diminutas muy atareadas.

¿Se puede decir que Castilla y León hace algo cuando quien lo hace es la Junta? Quizá sí, al final es el gobierno que entre todos nos dimos, pero qué quieren que les diga, me rechina. ¿Y se puede decir que Ávila reclama o exige algo si a la manifestación asistieron un millar de personas? Igual un poco más por los pelos. ¿Habla el Gobierno o el Congreso por toda la nación? Ay. ¿11 jóvenes en pantalón corto son España o solo la selección española de fútbol? Quizá les parezca que exagero, pero confundir continuamente la parte por el todo puede terminar teniendo graves consecuencias. Un cerebro débil, bombardeado continuamente por sinécdoques, puede terminar considerándose la personificación del todo, la encarnación, en este caso, del conjunto de los habitantes de la ciudad, de la comunidad o de la nación y confundiendo sus deseos, opiniones y necesidades con los de todos y cada uno de los elementos del conjunto. Y eso, que ya ha pasado otras veces, no suele terminar bien, ni para la parte ni para el todo.

¿Son las sinécdoques el origen de todos los males que nos rodean? No, claro, pero seguro que ayudar tampoco ayudan. Y como podemos vivir sin ellas —nadie va a morir si desaparecen— creo que para evitar males mayores lo más responsable sería abolir las sinécdoques.

Y las metáforas.

Malditas metáforas, cómo las odio.



2 respuestas a “No a las metáforas”

  1. […] me llenó la cabeza de sinécdoques. ¡No a las metáforas!, me decía el pequeño Alberto de mi cabeza (hace mucho que no le veo, pero a veces me susurra como […]

  2. […] (entero en el renacido “Los 4 Palos”) […]

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