En algún momento, la indignación ha subido un punto. O dos o tres. Quizás ni siquiera se pueda hablar ya de indignación. Cuando en Twitter se multiplica un insulto tan rudo como “hija de puta” o leo en Facebook verdaderas atrocidades contra Andrea Fabra (que nada tienen que ver con el debate político o la confrontación de ideas, sino que rozan la amenaza y la agresión verbal); cuando la delegada de Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, se ve increpada por un grupo de manifestantes y tiene que refugiarse en una cafetería; cuando todo esto se asume con cierta normalidad, pienso que me he perdido algún capítulo.
Pero aún me entristece más que este tipo de comportamientos hayan llegado a nuestra ciudad. Que dos tenientes de alcalde del Ayuntamiento de Ávila hayan sufrido ataques en su casa, de noche, cuando unos vándalos pintaron las fachadas de sus domicilios con insultos (e incluso el coche de uno de ellos), es algo que provoca repugnancia y vergüenza ajena. No hay motivo que justifique un comportamiento así y todos los miembros de este blog rechazamos algo tan deplorable. Lo único que se puede sacar de positivo de todo esto es la unión de los partido políticos a la hora de condenar un comportamiento tan rastrero.
Ningún recorte, ninguna negociación, ninguna protesta justifica el insulto o la agresión. Al contrario, provoca que el problema de base sea tapado por el hecho delictivo. Me considero una de las personas más críticas con el comportamiento de los políticos actuales (algunos de ellos han protagonizado y protagonizan comportamientos deplorables) y, sin embargo, me asusta que se pase del descrédito hacia algo más turbio. Si algo eché en cara al movimiento 15-M cuando comenzó, fueron sus escasos (muy escasos) casos de violencia.
En la llamada Revolución Islandesa, se derrocó a un Gobierno mediante la presión pacífica del pueblo. Veinte personas empezaron a protestar en una plaza y cada vez fueron sumándose más personas. Tambores “día y noche” para hacer que se escucharan cinco propuestas “muy concretas”. A partir de ahí, se consiguió una nueva Constitución con el fin de evitar que los mercados vuelvan a acumular tanto poder dentro del país. Así sí.
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