Quizá una de las últimas cosas que haga como vecino de la ciudad sea votar en las elecciones del próximo domingo. Si todo sigue su curso normal, y esperemos que así sea, antes de que se agosten los campos me habré mudado a la capital del Reino (o más bien a sus alrededores). Conmigo se vendrán mis libros, algunas plantas, la bandera de Castilla que compré hace algunos lustros en Villalar y la lámina con la vista de Ávila desde el Cerro de San Mateo realizada por Anton Van Den Wyngaerde en 1570. Si quieren ayudar en la mudanza, aún están a tiempo. Creo que habrá cajas para todos.
Aunque pueda parecerlo, no estoy triste. No me imaginen al borde del llanto abrazado a la estatua de Adolfo Suárez. Ni siquiera creo que marcharme de la ciudad sea un cambio profundo que afecte a mi forma de ver la vida. En el fondo sé que emigrar me hace más y mejor abulense, que refuerza mi identidad y fortalece mis raíces ¿Acaso hay algo más abulense que no vivir en Ávila? Según el INE, solo el 48% de los nacidos en este terruño siguen viviendo en él. El resto ha emigrado, la mayoría a Madrid, ese agujero negro que está succionando poco a poco toda la meseta. Y las perspectivas no son buenos, para qué engañarnos.
Lo normal es que ahora escribiese un par de frases motivacionales, que les animase a utilizar su voto para dar la vuelta a esta situación, que lo hagan por mí, por los que se han marchado y los que se marcharán. Que luchen para cambiar el triste destino que las estrellas anuncian para la provincia, la ciudad y para la comunidad autónoma. Que les recordase que podemos conquistar el futuro, que todavía estamos a tiempo de parar la sangría, que hay opciones, esperanza. Que somos los mejores y si nos unimos conseguiremos que todo cambie.
Como les digo sería lo normal —y hace ocho años, cuando empezamos a escribir este blog, lo habría hecho—, pero también sería mentira.
Estamos condenados. Ávila, la provincia, la ciudad y la comunidad autónoma no tienen futuro. No hay nada que hacer. Podemos alargar más o menos la agonía, podemos poner un par de parches para que sea menos doloroso, podemos mirar para otro lado como venimos haciendo hasta ahora, pero nada puede evitar lo inevitable. La mayoría de los pueblos desaparecerán, las ciudad encogerán y envejecerán, los empresas se marcharán y tras ellas los jóvenes en busca de pan. Nos quedará el turismo, que fosilizará el entorno para mantener a media docena de personas, cuatro o cinco funcionarios y las residencias de ancianos.
Pero no se engañe, que crea que no hay solución no quiere decir que el domingo no vaya a votar o que lo haga sin ganas. Hay que ir a votar, aunque sea como protesta, como llanto o para expresar la última voluntad del condenado. Votemos el domingo y hagámoslo con memoria y perspectiva. Votemos pensando en todo lo que ha pasado en esta comunidad y en esta ciudad en los últimos años y en las últimas décadas. Votemos pensando en lo que queremos que suceda el lunes de la semana que viene y un lunes cualquiera dentro de cincuenta años. Votemos por primera, por quinta o por última vez. Votemos, por favor, un cambio, aunque solo nos sirva como desquite, aunque no sirva para nada más, aunque dentro de cuatro años volvamos a las urnas sintiéndonos una vez más defraudados. Votemos aunque solo sea para cambiar al chófer que conduce el coche fúnebre.
Ojalá el lunes los elegidos, sean quienes sean, me empiecen a demostrar que estoy equivocado.
Deja una respuesta