Hace poco hablamos por estas páginas virtuales de San Segundo el, según la tradición, primer obispo de Ávila y en la actualidad patrono de la ciudad junto con Santa Teresa. En aquella entrada se tocaban muchos temas de forma tangencial y ya anticipé que algunos de ellos daban para uno o varios post. Bueno, pues ha llegado el momento de recuperar alguno de aquellos temas y tratarlos un poco, solo un poco, más a fondo. En concreto, vamos a revolver un poco en las tinieblas de los orígenes de la ciudad.
AVISO A HISTORIADORES: He resumido. AVISO A NO HISTORIADORES: No he resumido mucho.
En primer lugar, lo siento, Ávila no fue fundada por ninguno de los héroes o personajes históricos a los que se refieren las leyendas que desde el S. XVI al S. XIX se reprodujeron en múltiples libros sobre la ciudad. Ávila no fue fundada por un hijo de Hércules y no lleva el nombre de la mujer del héroe griego. Tampoco fue fundada por Nabucodonosor, rey de Babilonia, cuya presencia por estos pagos se me antoja complicada. El origen de la ciudad y sus primeros siglos son algo más humildes, qué le vamos a hacer.
¿Cúando? Tradicionalmente se ha defendido, algunos investigadores lo siguen haciendo, que en origen la ciudad de Ávila fue un castro vettón, la famosa Obila de Ptolomeo, posteriormente romanizado. El principal problema es que el supuesto castro no ha aparecido por ningún lado a lo largo de 50 años de excavaciones arqueológicas. La primera ocupación estable de la ciudad se data a mediados del S. I a.n.e., un siglo después de la conquista romana de la zona. El origen de la ciudad es, por lo tanto, netamente romano aunque sus pobladores sean mayoritariamente indígenas de la zona.
¿Por qué? El origen de Ávila es romano, sin duda, pero no fue una colonia de veteranos o un campamento militar. El nacimiento y crecimiento de la ciudad está directamente relacionado con la desaparición o agotamiento de la mayoría de los castros de la zona. Tras la conquista romana (Viriato, Numancia y todo eso) la vida en los castros se vio afectada, aunque no de forma traumática. Los castros siguieron existiendo y mantuvieron su modo de vida sometidos seguramente al pago de un impuesto a los conquistadores. Un siglo después, tras dos guerras civiles y un siglo de decadencia económica, la reorganización de la zona impulsó el crecimiento de un pequeño centro administrativo surgido en un cruce de caminos: Ávila. La población original de Ávila es la que abandona los castros cercanos, pero no hay que imaginarse a los soldados romanos empujando a los vettones a golpe de pilum hacia los llanos. El atractivo de un núcleo que crece frente a otros que se apagan es suficiente. Como sucede habitualmente, fue la economía, stultus.
¿Qué? Tenemos un núcleo de origen romano con funciones administrativas pero con población fundamentalmente indígena. Durante su primer siglo y pico de vida, Ávila fue una ciudad peregrina (extranjera) sometida al pago de un tributo (stipendio). Es decir, los abulenses de la época no eran ciudadanos romanos, no tenían derechos de ciudadanía, ni las instituciones ni los edificios propios de una ciudad romana. En el último cuarto del S. I, el emperador Vespaniano concede el ius latii (el derecho de ciudadania latina, un paso por debajo de la ciudadania romana) a todos los hispanos. Vespasiano persigue un doble objetivo: apoyos personales, era una época agitada, y aumentar la recaudación de impuestos. Tras esta declaración, los principales núcleos pasaron a convertirse en municipios, ciudades con las mismas instituciones que Roma, cuyos habitantes eran ciudadanos latinos y cuyas élites podían llegar a ciudadanos romanos tras pasar por las magistraturas locales. ¿Llegó Ávila a ser un municipio? No está claro. A falta de un papelito que nos lo diga a las claras (algo así como «Bienvenido al Municipio de Ávila» a la puerta de las murallas) los investigadores se basan en dos tipos de testimonios para hora de establecer si un nucleo llegó a municipio o no: urbanismo y, principalmente, elementos epigráficos (inscripciones).
Con urbanismo me refiero a la presencia de grandes edificios públicos y cultuales. Alcanzar el estatus de municipio solía significar una reforma a gran escala del urbanismo de la ciudad a la imagen de Roma para adaptarlo a las nuevas necesidades (un Plan E a lo bestia y con mucho mármol, columnas y estatuas). En este punto, Ávila aporta poco. Las excavaciones arqueológicas nos hablan de un cierto esplendor (dentro de sus limitadas posibilidades) a lo largo de los S. I y II de nuestra era pero todavía no ha podido localizarse ningún edificio de porte lo suficientemente importante como para ser un edificio público. Por aquí, agua.
Epigráficamente se buscan dos tipos de indicios: referencias a instituciones municipales o a ciudadanos romanos. En cuanto a instituciones municipales, también agua. O bien no las hubo, o no las hemos encontrado, o sus mandatarios no tenían el afan de protagonismo de los actuales (no hemos encontrado aún el Acvedvctvs Miguel Ángel García Nieto). La única inscripción “oficial” localizada está en la pared de la Ermita de las Vacas y apenas aporta el nombre del emperador (¡y con faltas de ortografía!)
¿Y cómo sabemos que un fulano es un ciudadano romano? Los ciudadanos romanos tenían tria nomina (su nombre estaba compuesto de tres partes: un nombre propio, el nombre de su gens, de su «familia», y un cognomen) frente a los nombres dobles indígenas y estaban adscritos a una de las 35 tribus romanas. En el caso de los hispanos promocionados por Vespasiano esta tribu era la Quirina. ¿Tenemos alguna inscripción de un abulense que sea ciudadanos romano? Sí y no. Me explico: tenemos dos, pero ambas son inscripciones que se han perdido y que nos han llegado transcritas por fuentes medievales o renacentistas. La primera, en la misma Roma, hablaría de un abulense, un tal Lucio Cornelio Firmiano, llegado a la ciudad tras promocionar en el ejército y presenta muchas dudas. De la segunda, localizada supuestamente en Ávila, ya hemos hablado. Esta inscripción (CIL II 3050) está relacionada directamente con San Segundo pues es la supuesta inscripción que apareció cubriendo la supuesta tumba del supuesto obispo. Dedicada a un tal Quinto Coronio Barbato, de la Tribu Quirina, muerto a los 70 años, acumula tantos supuestos que es difícil usarla como prueba de nada.
Es decir, no tenemos pruebas de que la ciudad de Ávila alcanzase el estatuto de municipio romano, ni en el siglo I ni nunca, aunque intuimos que sería lo más lógico. No hay atestiguado, de momento, ningún otro núcleo en toda la provincia que pudiera alcanzar ese estatus y la lógica nos invita a pensar en la necesidad de un punto administrativo de ese nivel en el territorio.
Por último, tenemos una fundación romana de pequeño tamaño, con fines administrativos, que seguramente llegase a ser un municipio a lo largo del siglo I o II, pero ¿cómo se llamaba? Ptolomeo habla de una ciudad vettona llamada Obila, pero la evolución del citado término hasta el actual Ávila es compleja (lo más lógico sería Uebla, curioso parecido con un río salmantino) y ya hemos visto que por aquella época Ávila no era una ciudad vettona. En las dos inscripciones mencionadas antes se habla bien de Avela (en la de San Segundo) o de Avila (en la romana). Además, en una inscripción procedente de Nava de Ricomalillo, provincia de Toledo, en honor de un tal Maeso se dice de él que es de Avila/Avela. Son pocas referencias, es cierto, pero en todas ellas parece claro que el nombre de la ciudad era Avila o, en su caso, Avela.
Por lo tanto, cuando hablamos del origen de Ávila hablamos de un pequeño nucleo con funciones administrativas, de nombre Avila o Avela, poblado por vettones llegados desde los castros cercanos y que quizá llegó a ser un municipio romano.
Quizá la historia no sea tan llamativa como la leyenda, una fundación de Nabucodonosor tendría más lustre, no hay duda, pero es lo que hay.
Deja un comentario